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31 may 2015

Suicidio II

Encontrar el momento adecuado para suicidarse puede ser algo bastante complejo, por no decir imposible. He planeado esto por ocho años, y nunca se había dado hasta ahora.

Todo comenzó cuando vivía con mis padres. Mis padres son especiales, tienden a compartir sus emociones, aunque a ti no te interesen; tienden a inmiscuirse en tus asuntos personales, o para que les cuentes lo que te sucede, y si por algún milagro logran seducirte a que lo hagas siempre tienen algún consejo o alguna opinión para decirte. Opiniones y consejos estúpidos claro esta. Mis padres son bastante estúpidos.

Así que decidí irme. Desde los 15 años que me esfuerzo como nadie para conseguir las mejores notas en clase, así poder conseguir el mejor trabajo, y poder mudarme cuanto antes de la casa de mis estúpidos padres, y así poder matarme tranquilo, como ahora.
Cuando cumplí los 18 años y terminé el liceo, todos se preguntaban que iban a hacer de sus vidas, la gran mayoría planeaba entrar a la facultad. Yo lo considero una perdida de tiempo, así que comencé a trabajar en una ferretería. Mi jefe, un pelotudo con P mayúscula, notó (bastante tarde para ser honestos) mis grandes habilidades y mi inteligencia. Generaba mayores ventas que cualquier pseudo-arquitecto que trabajaba conmigo, y conseguía los mejores clientes. Así que cuando cumplí los 20 (dos años después) me ascendió a encargado. Y fue el sueldo de encargado o que me permitió alquilar este apartamento.

Se preguntaran ustedes sobre mis amigos. La respuesta en sí es bastante simple. No tengo amigos.
Algunas veces me cuestioné si quizá no era mejor encontrar amigos, relacionarme con ellos, y no suicidarme. La idea lograba alentarme, pero la realidad siempre es más justa. La gente es estúpida, mis compañeros de clase, mis profesores, mi jefe, los pseudo-arquitectos, mis padres. Son todos muy estúpidos, siempre intentando expresar sus emociones de formas burdas, siempre pensando en el momento, luchando por conseguir cosas banales, sin percatarse en lo más mínimo que tarde o temprano van a caer muertos, y que nadie se va a acordar de su existencia. No existe el cielo ni el infierno, no hay vida después de la muerte, es más que obvio, y sensatamente lógico.
Así que no, no tengo amigos, porque no hay nadie que logre entender nada de lo que pienso, ni lo que digo. Y no creo que haya nadie que le interese.

Mi visión ya está fallando, siento los químicos correr por mi torrente sanguíneo y destruir poco a poco mis soportes vitales, es algo que experimentaran pronto...

Mamá, papá... si se preguntan por qué, en el cajón del escritorio hay un cuaderno. Ahí les explico cuanto los odio.

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