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10 sept 2016

Un Susurro

Hay un susurro que me hiela el alma
Un susurro de su sonrisa.
Si, de la suya.
No es un susurro nefasto,
ni soberbio, ni atrevido.
Es un susurro sincero,
compacto y sentido.
Es el susurro de su sonrisa.
Porque su sonrisa ríe
—¡Y cómo ríe!—;
ríe lenta y paulatinamente,
como un corazón latiendo,
un corazón gigante en un mundo inmenso.

Ese susurro me hiela el alma,
No tanto como la muerte,
pensar en ella o en nunca ella.
Ni como el futuro,
o esas absurdas cosas...
Pero aún así, me congela,
me hiela, me suprime el alma...
Y me susurra.
—¡Ay, cómo susurra!—.

Y en la médula del cuerpo;
donde ya no soy yo, sino yo: otro,
siento un leve cosquilleo,
un tenue (muy tenue) espasmo.
Y cuando se acerca el susurro
se me solidifica el alma,
en un frío terminal
y encuentro la manera,
no sólo de mirar,
sino de entender,
comprender y aprehender
todo aquello que deseo.
Y se me comprime tanto el pecho,
—¡Tanto que da pena!—,
Y se me agüean los ojos,
Y se me erizan los vellos,
Y se me alborota la mente,
Y se me retuercen las penas,
Y se me presentan callados,
ante mis ojos, sus ojos.
Y se me coagula la sangre,
Y con el alma congelada,
Su sonrisa viene y susurra:
«Te extrañaba».

¿Y qué puedo hacer yo
más que extrañar esa sonrisa,
y ese susurro,
y esa muerte prematura
que se me acerca cada año,
cada mes y cada día?
Y entonces tomo su sonrisa
y con el suspiro entre sus labios
lo ahogo en un beso triste...
Y entre un susurro muriendo
Y mi alma congelada,
Y mi sangre coagulada
Y mis ojos, y mis vellos,
Y mi alborotada mente en pena
Muero lentamente.
Muero hoy.
Muero con ella.



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