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18 ene 2019

Siguen a Viviana

Se había levantado aún más viento desde que había salido de casa. La lluvia caía como cuchillas sobre mi rostro, y ni el gorro de lana ni la bufanda hacían nada para impedírselo. Maldije por lo bajo tras pisar un baldosa en falso y enchastrarme todo el pantalón.

Caminaba por Gardel cuando sentí que alguien me seguía a mis espaldas. Detuve en seco mis pasos y miré hacia atrás. Nada. Ni un solo auto había pasado por la calle en los 20 minutos de caminata. Ni un solo perro había ladrado. Tan solo el ruido de la lluvia al caer sobre Montevideo, y el viento zumbando en mis oídos. No era muy normal que un jueves a esta hora se mantuviera tan quieto. Tomé la calle a mano izquierda y comencé a subir por Quijano. Media cuadra más arriba, todas las luces se apagaron.

Comencé a sentir miedo. Apuré el paso decidida, mientras murmuraba para mis adentros alguna protección que sabía de nada iba a servirme si uno de los blancos se encontraba cerca, y de algún modo, sabía que lo hacían. Había llegado a Maldonado cuando un auto pasó a toda velocidad subiendo desde la Rambla, se detuvo de golpe apenas a unos metros de distancia. Me detuve e intenté esconderme entre la lluvia y la oscuridad. Apagó el motor y dos figuras se bajaron del vehículo.

Miré hacía atrás para intentar volverme, pero un hombre alto y fornido se me interponía en el camino. Podía sentir como su energía le hedía del cuerpo irradiando un calor azul a su alrededor. No era un blanco, pero eso no me generó mayor tranquilidad.

Busqué a tientas la navaja que tenía en la cartera y me aferré a ella con fuerza, mientras seguía murmurando por lo bajo las protecciones de algún dios ya tiempo antes olvidado.

Los cuatro nos mantuvimos en nuestros asignados lugares por un momento. La lluvia comenzó a caer con mayor fiereza sobre nuestras cabezas. Las dos figuras del auto quedaron ocultas entre las cortinas de agua. Era mi momento, ahora o nunca.

Tomé impulso y salí corriendo a mano izquierda. Las luces también estaban apagadas aquí.

"¡Se escapa!"

"¡No dejen que se escape!"

Corrí con todas mis fuerzas por la calle hasta Michelini, una vez allí doble a mano derecha. Seguí corriendo. Podía sentir como me seguían el paso de cerca y sus fuerzas eran mayores que las mías. El hombre de energía azul acortaba el paso, y en pocos metros lograría alcanzarme.

Con rabia me detuve y al darme vuelta, le clavé con fuerza la navaja en el abdomen. No tuve que hacer mucho, mi cambio de dirección lo había dejado perplejo, y su propio impulso fue más que suficiente para insertársela él mismo. Intentó agarrarme del pelo, pero si las protecciones habían servido de algo, apenas si pudo hacerlo, y mi cabello se le escapó de entre los dedos. Tambaleé hacia atrás, aturdida por el impulso.

Su cuerpo había quedado extrañamente ensangrentado pero no lo había herido seriamente. Un hombre como aquel no iba a detenerse por una pequeña apuñalada. Y era cierto. Lo vi mirarme con desprecio mientras tomaba la navaja que había quedado clavada en su cuerpo, y de un tirón la quitaba.

Su blanca sonrisa iluminó levemente la oscuridad de la noche.

"No puedo quedarme a conversar", pensé. "Seguro que ya vienen tus amigos".

Llevé mi mano con su sangre a mis labios y murmuré una invocación que me desagradó en lo más hondo de mi alma. El sabor de su sangre me revolvía el estómago, pero era necesario.
Acto seguido su sangre comenzó a hervir en mi mano. Podía sentir su temperatura elevarse hasta las llamas, sus ojos habían quedado pálidos del dolor. Toda la sangre de su cuerpo hervía como la de mi mano. "Simple transferencia", le susurré, "termodinámica".

Comencé a correr nuevamente antes de que su cuerpo estallara en llamas. De los otros, ni rastro.

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