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1 abr 2015

Martes.

Habiéndolo comprendido todo dimos vuelta sobre nuestros pasos, y cerramos la puerta que momentos antes habían abierto para nosotros. La reunión había sido tan o más aburrida de lo anticipado. La Dra. Rodríguez nos había vuelto a sermonear sobre los objetivos de la empresa en cuento a la identificación de amenazas para el desarrollo de las capacidades de los empleados (así de largo era el titulo en la diapositiva del Power Point), era el nombre elegante para decir problemas maritales (barra) empleados. Recursos Humanos siempre tiene ese ideal imaginario en el cual a nosotros los Gerentes nos importa algo las relaciones que puedan tener los empleados fuera del ámbito laboral. Nos importan un carajo. Mientras lleguen a tiempo y cumplan medianamente su trabajo somos felices.
Ya el Martes pasado nos había reunido también para hablar sobre las incidencias de la falta de sueño en el desempeño de los empleados en call-centers. Absurdo realmente. La falta de sueño afecta a todos los empleados, sean administrativos, telefonistas o gerentes; en eso coincidíamos todos. 
De todas formas esas charlas siempre terminaban con lo mismo, poniéndonos a nosotros algunas tareas extras. Tareas tales como llevar listado de aquellos empleados con dificultades en su hogar. Aquellos con hijos, aquellos divorciados, alquilando o comprando su primera casa (aclarar si era la primera, o compraba la segunda). Absurdo. No estuvimos 9 años de nuestras vidas perfeccionando nuestras habilidades comerciales-empresariales, para venir a trabajar de detectives privados en el ámbito laboral. La Dra. Rodríguez tenía eso perfectamente claro desde el momento uno en el cual nos instaron a sentarnos en la sala de conferencias ese Martes. Pero fieles a nuestro orgullo, y alegando poco tiempo para estas cosas, permanecimos de pie; los cuatro.

Cuando Camila volvió corriendo a casa de la escuela, ni Marcela ni yo entendíamos su entusiasmo. Nos costo no menos de 20 minutos entender que la habían elegido como abanderada del Pabellón Nacional. Nuestro entusiasmo se equiparo al suyo al instante por supuesto, pero nos dolió no poder entenderle al instante. En la escuela todos hablaban el mismo lenguaje por supuesto. Nos había costado encontrar una escuela donde pudiera aprender sin dificultades. Las maestras en primaria no están capacitadas para dar clases en lenguaje de señas y al parecer el gobierno no tiene los fondos necesarios para poner a una intérprete por ella. La escuela pública más cercana con esos fondos se encontraba a 45 kilómetros de nuestro hogar, pero valía la pena viajar esa hora en ruta con tal de ver su sonrisa al bajar del auto.
Nosotros teníamos clases 3 días a la semana. Marta iba los jueves, los viernes y los sábados. Porque sus horarios son más ajustados que los míos. Yo iba los lunes y los miércoles. Solía ir los Martes también pero cambiamos los horarios, y comencé a ir los sábados con Marta. Era complicado aprender ese nuevo idioma. Lleno de complejos simbolismos. Pero lo hacíamos con gusto, y necesidad.
Nos dolió en ese momento; nos dolería después, lo sabíamos; y nos había dolido en el pasado también. No poder entender sus emociones era más que frustrante. Cómo si la vida poco a poco nos alejara de ella.


La ruta estaba desierta a las 4:30 de la mañana. Algún que otro camión aislado pasaba a mi lado, y luego solo la neblina me acompañaban. Hoy era Martes y como todos los Martes viajaba al Melo para trabajar 4 horas en la mutualista. Los dermatólogos no somos muchos aquí en Uruguay. Así que se paga bien a aquellos médicos que vayamos a atender al interior.
No es que lo hiciera por estricta necesidad (lo de ir al interior me refiero). Lo hago porque quiero. Es una escusa perfecta para desentederse por un momento de la capital, la familia, y los problemas. Y simplemente manejar.
En el interior del auto siempre me acompañan la música y el aire acondicionado (haga frío o calor), la caja de cigarrillos en el asiento delantero, y la mochila en el de pasajeros, atrás.
La música de la radio nunca es de fiar en un viaje tan largo, las frecuencias cambian, y te termina acompañando pura interferencia. Así que algún que otro disco llevo conmigo. No es usual que lleve música pop, pero no suelo oponerme a escucharla. Quizás algo de La Vela, Buitres, Trotsky; o un poco más porteño como La Renga, Los Piojos, o algo de Calamaro, ¿por qué no?
Mi hija Lucía me había pedido que le compre el último disco de una artista británica que nunca puedo recordar el nombre, ella me acompañó una vez. Muy linda música.
Y así me desprendo de la ciudad, por lo menos por un rato. El mate lo llevo medio pronto, y aunque no puedo cebar en plena ruta, es llegar a la mutualista y poner a calentar agua. Son solo 4 horitas, después me queda el día libre.
Quizá por eso ame tanto los Martes.

2 comentarios:

  1. Sí que son aburridísimas esas reuniones, sin duda una pérdida formal de tiempo. Me ha gustado el escrito, es de los más sosegados que te he leído y está narrado con esa calma que persigue el personaje principal de la historia.. ¡Un abrazote!! ;)

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  2. Fritzy muchas gracias. Encontré calma para escribirlo... era el momento. La monotonía causa esas cosas.. jajajaj ¡Beso grande!

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