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19 jun 2020

Ejercicio #35

Ana: ¿Recibiste las declaraciones juradas de Biblioteca?
María: No, se las pedí a Gonzalo por mail la semana pasada.
Ana: Pero pedíselas a Gladys, ¿qué tiene que ver Gonzalo con esto?
María: Pero Gladys no...
Ana: Ay, es cierto. Ay, que horrible. Muy raro eso igual.
María: Sí. Me da mucho miedo él, tiene cara como si… ¿no?
Ana: ¡Ay, pero qué decís? Vos creés… ¿vos creés que él..?
María: ¡Shh! Ahí viene.
Ana: Es raro, sí. Pero no sé si como para matarla…
María: Ana, no seas mala. Era obvio que quería el puesto de Gladys, desde que entró. ¿Vos te acordás hace tres años lo que fue, cuando Gladys se certificó? ¿Te acordás que estuvo como cuatro meses certificada? Bueno, tuve que hacer la denuncia patronal para el BSE…
Ana: ¿Ah, sí? No sabía que había sido por el Banco de Seguros…
María: Sí, sí… y eso no es lo más raro.
Ana: ¿Qué?
María: Fijate si sigue en la cocina.
Ana: Se debe estar preparando un café, como siempre.
María: Bueno, te cuento… cuando llené la declaración, no tenía testigos. El único que estaba presente ahí fue él, el único. ¿Me vas a decir que justo explota la cosa esa cuando están solo Gladys y él en el archivo? ¿Qué hacían en el archivo? Muy raro. Ah, y Mariana los había escuchado gritarse allá en contaduría.
Ana: Bueno, no era que se llevaran muy bien tampoco.
María: Gladys era un amor, y ahora este zángano se quedó con el puesto.
Ana: ¿Pero te parece que él haya podido hacer eso? Es raro sí, pero lo veo más como tranquilo…
María: Los calladitos son los peores Ana. Aparte miralo, miralo… con su buzo blanco, y su taza de café negro. Siempre a las 9:30, ¿te habías dado cuenta? Es un psicópata. Yo ya le dije a Martín por qué no lo rajaran.
Ana: ¡Ay, María, por favor!
María: Ah, sí… yo se lo dije.
Ana: ¿Y qué te dijo?
María: ¡Y qué me va a decir? Si es el cuñado de la Escribana Ramírez.
Ana: ¡Me estás jodiendo!
María: ¿Cómo te pensás que entró al estudio? Ah, sí. Y de la Ramírez esa he escuchado cada cosa también.
Se escucha el ruido de algo caer y romperse.
Ana: ¿Qué fue eso?
María: Vino del pasillo.
Julián: ¡Qué alguien llame a la emergencia!
Ana: ¿Qué pasó, qué pasó?
Julián: Está muerto… tirado en la oficina del de Biblioteca. Llamame a la emergencia que no puedo con el celular. Ahí, hola… ¿hola?
María: Te dije.
Ana: Ay, María.
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Faltan 2 minutos. 1 minuto y 58 segundos. ¿Quién me escribe por la intranet? Elisa. ¿Por qué me sigue escribiendo? ¿Será por lo de Sebastián? Ya le expliqué que me importan poco y nada su relación de pareja. Tengo que mandarle a María lo de DGI. ¿Lo habrá guardado Gladys en el Drive? Lo dudo, con suerte podía agarrar un mouse. Falta 1 minuto. ¿Y si me levanto ahora? Quizá llegue en punto. 54 segundos. 52. Elisa de nuevo, que infumable. ¿Lo leo? No, no lo voy a leer, sino se va a dar cuenta que lo leí, y no pienso responderle. O quizá le respondo algo. ¿Qué le respondo? Quedan 38 segundos, salgo ahora. ¿¡Qué hice con las fichas de Laboral de Uriarte!? Esta Gladys, siempre lo mismo… Están acá, tienen que estar acá. ¡Yo las había dejado acá! 32 segundos, maldita sea. Lo busco después… puedo, puedo, está acá. 30 segundos. Ok. ¿Cuándo van a arreglar la luz de este pasillo? Es imposible así. Igual quizá le tendría que responder a Elisa, para que no me escriba más. ¿Dónde guardaron mi café? ¡Por qué me tocan las cosas, que rabia! Acá está. Mi taza, guardada bajo llave, obvio. Listo. ¿Están hablando de mí? Son las de personal seguro. Sí, ahí está la cotorra esa. ¿Esa es Ana? Pensé que se llevaba mal con María. Café negro sin azúcar, como corresponde. Viveza… una pequeña comparsa, Ciudad Vieja, campanas, la secretaria una nota en la ventana, belleza, un gato por el pretil se despereza, simpleza… las gotas de una llovizna lavan nada, afiches… el café. Le mando lo de DGI a María y sigo con los de archivo. Sigo sin entender por qué razón tengo que hacer… la luz esta me desquicia. Quizá pueda… ¿Sebastián? Es… ¡Sebastián! Es Sebastián, ¿qué hace acá? Eso… es… sang...
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Gonzalo entró a su oficina para encontrar a su hermano, Sebastián con un corte en el cuello, sentado en una de las sillas, de espalda a la puerta. Gonzalo tenía poco contacto con su hermano, de hecho, desde que lo habían internado por consumo problemático de drogas ─la quinta vez─ había decidido borrarlo de su vida. Su cuñada, la Escribana Ramírez, Elisa para sus amigos, era una de las socias del estudio; y se enteraba de estas cosas por ella. Cosas que a él, poco le importaban.
Gonzalo entró en shock rápidamente, su café negro temblaba dentro de su taza blanca, y salpicaba poquito a poco el buzo de lana también blanco que llevaba. A Gonzalo, en un día normal, esto podría llevarlo a caminar por los difusos límites de la locura, pero hoy apenas se percató de que eso sucedía. Y apenas si se percató cuando la taza se deslizó de entre sus dedos, para caer y estallar sobre el suelo. Julián, el cadete de la empresa, había gritado desenfrenado al entrar a la oficina y comprender mucho más rápido que Gonzalo lo que había sucedido. Había gritado pidiendo ayuda.
Julián habló con María y con Ana. Ana se apresuró a llamar al 911 para que llegara la emergencia médica, dado que Julián poco podía hacer en el estado de nervios que tenía. Obviamente Sebastián estaba muerto para cuando llegaron, pero en esos valiosos 10 minutos, María tuvo tiempo de avisarle a los 250 empleados del estudio lo sucedido. Hasta los becarios sabían ahora que Gonzalo, lo más probable, había asesinado a su hermano, de igual forma que había hecho con Gladys. Claro está, todo esto no era cierto.
La policía se hizo presente unos minutos después que Ana lograra sentar a Gonzalo en una de las sillas. Sebastián seguía empotrado en unas de las de enfrente, y la oficina permanecía recubierta de sangre. Los abogados del estudio se contactaron con sus colegas para asegurarse que la situación fuera controlada, a su vez, los de comunicación se pusieron en contacto con los de relaciones públicas para afrontar lo que seguro podría ser el final de la firma. O eso pensaba María, al menos, quien muy fiel a su persona, logró que la situación girara en torno a ella, pues qué iban a hacer sus hijos si su madre se quedaba sin trabajo.
Llegaron los de la emergencia médica y, luego de que policía científica sacara un mínimo de 300 fotos a cada mínima cosita que estaba en la oficina de Gonzalo, y tomara huellas de todos y cada unos de los que habían ingresado allí, y hubieran realizado el inventario de evidencias con un total de 110 muestras, y hubieran ingresado cada cosita en bolsitas de nylon para comenzar con la burocrática cadena de custodia que terminaría, sin lugar a dudas, contaminada por todo y cuanto incompetente la tocara; tomaron el cuerpo inerte de Sebastián y lo sacaron de la oficina.

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